Pocas son las ocasiones en que me atrevo a opinar sobre el tema de la inseguridad, y más aún del crimen organizado, pues me gusta que sean los expertos en el tema quienes nos den sus análisis, y a partir de ello hacer entonces nuestras propias valoraciones como ciudadanos, cuya finalidad en todo caso es que no queden simplemente en eso, sino que sirvan para cambiar aquellos patrones de conducta mediante los cuales somos corresponsables del problema, ya sea por acción (narco-cultura por ejemplo) o por omisión (tolerancia y normalización).
Este pasado fin de semana fue de mucha efervescencia social, no únicamente por la marcha en sí que se realizó el domingo, sino sobre todo por la posmarcha mediática que saturó los medios tradicionales y las redes sociales. Muchas son las aristas que rodearon ese suceso, las cuales si bien no demeritan para nada su causa, sí están terminando por inducir las diferentes connotaciones o lecturas finales que se han venido dando sobre lo acontecido, entre ellas y por citar algunas:
Que lo que nadie debe cuestionar, es el cómo haciendo uso de sus garantías constitucionales, la sociedad civil salió a las calles a expresar su hartazgo por la inseguridad, una que ha sobrepasado esos límites en que se había mantenido, mismos que inconsciente y hasta convenientemente habían venido siendo tolerados, hasta llegar al punto de ser normalizados.
Que lo que todos debemos admirar, es la entereza de quienes, aún con el enorme dolor y pesar por la muerte o desaparición de un ser querido, decidieron pausar su luto y alzar su voz, convirtiéndose así en un factor que pueda venir a contribuir en la solución del problema. Lo anterior se hizo patente antier, con las expresiones de una mujer que a escasos dos meses de que su esposo desapareció, viralizó las redes por llamar a la serenidad y a no caer en las provocaciones de algunos que seguramente estaban por ahí infiltrados en la marcha, buscando sacarla de contexto incitando al caos para generar más violencia. “con violencia no, así no se puede, tratemos de hacer las cosas bien, traemos niños a esta marcha” se le escucha decir en un video captado.
Que dado el contexto histórico de la flotante “bonanza” económica de Sinaloa, donde de todos es conocido cómo es que se había venido manteniendo a flote, no podemos negar que seguramente en la marcha, además de la integridad y valentía de la mayoría de sus asistentes, también campeó por ahí la hipocresía y la incongruencia de algunos que, directa o indirectamente han sido parte del problema.
Que siempre hay “políticos” voraces, sin escrúpulos y hasta traicioneros, que aprovechan cualquier situación, como lo fue esta legítima y justificada expresión de la sociedad civil, para hacerse notar y sacar raja política. Afortunadamente, en la marcha del domingo hubo por ahí algunos que fueron detectados, repudiados y expulsados.
Finalmente lo que la marcha de marras nos dejó, es por una parte, esa última advertencia a las autoridades que nos gobiernan (de los tres órdenes), para que se actué con mayor determinación e inteligencia, y pueda por fin ponérsele un alto a esta crisis de inseguridad que lleva mas de cuatro meses sin parar. Por otra parte, nos deja también la posibilidad de que Sinaloa concluya ese proceso civilizatorio interrumpido por el narcotráfico, y que llegue una nueva normalidad, una que sabemos no estará exenta totalmente de ese cáncer social que representan las drogas (ninguna sociedad en el mundo lo está), pero que sí pueda por lo menos dejar de depender tanto de su comercialización. Lograrlo dependerá de nosotros en gran medida, y aunque suene trillado, la vía será siempre la educación, una apegada a los valores y que promueva (sobre todo en los menores) distintas alternativas culturales para su formación integral.